lunes, 31 de agosto de 2009

Un sentimiento, un todo

¿Qué es lo que has hecho conmigo? ¿Por qué puedo ver la luz que emana de cada poro de tu cuerpo? ¿Qué sentido tiene alzar mis pies del suelo?, ¿acaso disfrutas viéndome volar?
Estas y otras preguntas deambulan por mi mente, pasan fugaces en los destellos de mis ojos cuando te miro, cuando te deseo, cuando te recuerdo. Siento el aroma de tu piel aún cuando estás lejos, impregnado en cualquier rincón de la cama, en la taza de café humeante, en las tardes soleadas y en las mañanas frías. Escucho cómo tus pasos se van acercando lentamente a mí y tiemblo de emoción, de ansia por volver a verte, aunque siempre te tenga delante, grabada en mis pupilas.
¿Acaso hechizaste mi espiritu con tu voz celestial, aquella tarde de septiembre? ¿Tan fuertes resultaron tus cantos de sirena sobre mi endeble resistencia? ¿o es que no había remedio, y tenía que enamorarme irremediablemente de ti?
Tus brazos me rodean y siento el calor de tu cuerpo pegado a la espalda. Me estremezco y casi te siento ronronear como un gato. Tus besos húmedos comienzan a resbalar por mi cuello, saciando dulcemente el anhelo que vive perenne en mí desde que llegaste a mi vida. Finalmente giro lo suficiente la cabeza para encontrar con mis ojos tu mirada cautivadora y veo reflejada en ellos la verdad de tu corazón.
Ya no hay más preguntas, tú las respondistes todas, una vez más, siempre.

lunes, 24 de agosto de 2009

Cerrando puertas

Miré hacia atrás y parecía que mis pasos se quedaban tatuados en los adoquines de la acera. Aquella sensación no me gustó demasiado, pues no deseaba dejar nada atrás, ni rastro alguno con el que mi pasado pudiera alcanzarme allá donde me dirigiese. Esta vez había tomado la decisión correcta y aunque mi corazón rezumaba sangre entre los resquicios de las heridas, no permitiría que se desangrase, o no por lo menos allí.
Nunca me puso la mano encima y quizás en ese aspecto debía pensar que tenía suerte, pero es que a veces una palabra duele más que una bofetada, y ella me dedicó un surtido inclemente de vociferios, improperios y resquemores que yo no podía ni quería soportar. Temía su malhumor, sus malas caras y la jaula dorada que me había construído y en la que una vez pensó que yo querría vivir. Nunca advirtió que los barrotes de oro y diamantes con los que me rodeó carecían de significado si no podía siquiera estirar mis alas.
Agotó mi coraje, me robó mis armas, mis tesoros y me hizo dependiente de su respiración, de su oxígeno. Ató mis piernas, vendó mis ojos y esperó a que todo fuese tal y como ella deseaba en su vida, sin contar con mi opinión, desestimando mis deseos y mis sueños, como una niña pequeña a la que hay que orientar.
Pero finalmente desperté de aquel letargo en el que me encontraba inmersa. Fue quizás sus últimos gritos, sus últimos reproches, o quizás simplemente porque me di cuenta de lo sola que me sentía. Así es que esta misma mañana hice las maletas con premura y cerré de un portazo la entrada de mi cárcel.
Ahora una nueva vida me estaba esperando, y no sabía si sería mejor o peor, pues desconocía lo que me deparaba el destino, pero al menos mis pulmones volvieron a llenarse de aire puro y pude respirar de nuevo por mí misma.